¡Cinéfilas y cinéfilos al tren! El 2020 arranca en el CICCA a bordo del ferrocarril

La Asociación de cine Vértigo dedica enero y febrero de 2020, en el CICCA de Las Palmas de Gran Canaria, a la fructífera y feliz relación entre cine y tren, con el ciclo ‘Historias sobre raíles’. Un largo recorrido en ferrocarril, con 7 filmes, que arranca en 1903, en la estación del cine mudo, y, después de dos meses de paradas y proyecciones, concluye en la terminal de 2007. Más de 100 años de idilio cinematográfico.

Los títulos seleccionados y sus fechas de proyección, en horario de 18:30 horas y con entrada libre, son:

  • “Asalto y robo de un tren”, de Edwin S. Porter, 1903, y “Unión Pacífico”, de Cecil B. DeMille, 1934. (Lunes 13 de enero)

  • “Denver y Río Grande”, de Byron Haskin, 1952. (Lunes 20 de enero)

  • “Estación Términi”, de Vittorio De Sica, 1953. (Lunes 27 de enero)

  • “El emperador del norte”, de Robert Aldrich, 1973. (Lunes 3 de febrero)

  • “Asesinato en el Orient Express”, de Sidney Lumet, 1974. (Lunes 10 de febrero)

  • “Viaje a Darjeeling”, de Wes Anderson, 2007. Con Douglas Fairbanks. (Lunes 17 de febrero)

El director Cecil B. DeMille junto a parte del reparto y equipo de ‘Unión Pacífico’ (1934)

Sin duda el tren ha sido, y sigue siendo, con permiso del coche, el medio de transporte más cinematográfico. Y aunque en Canarias carecemos de él, y por tanto en nuestro imaginario colectivo su lugar está ocupado por aviones y barcos, lo cierto es que el ferrocarril no solo fue un elemento capital para el desarrollo en Europa de la Revolución industrial, sino que hoy en día es el medio de transporte diario habitual de millones de personas en todo el mundo. Mucho más cuando comenzamos a ser conscientes de la contaminación proveniente de barcos y aviones y ya se baraja el concepto de la 'vergüenza de volar'.

Las razones de este idilio entre cine y tren son de todo tipo. Algunas tan evidentes e indiscutibles como que, desde su mismo comienzo, la historia del cine está intrínseca e indisolublemente ligada al tren y a sus circunstancias. La prueba la tenemos en que una de las imágenes fundacionales de la historia del cine es la mítica La llegada del tren a la Ciotat (1895), de los Hermanos Lumière. Cincuenta segundos que establecen los cimientos de una memoria y una iconografía compartida, que se reitera con otra de las piezas claves del cine primitivo: The great train robbery (Edwin S. Porter, 1903). Un corto de apenas 12 minutos que, no solo es la 'primera' película de acción, sino que incluyó por primera vez varios de los recursos de edición y montaje que luego serían de uso corriente en el lenguaje cinematográfico.

Otras son más sutiles, o simbólicas, como el sorprendente paralelismo existente entre la sucesión de fotogramas de la película de cine, los famosos 24 fotogramas por segundo, y el desfile de ventanas iluminadas de un tren en marcha (por cierto, cada una de ellas susceptible de alumbrar su propia historia); tal y como ya se encargaron de poner de manifiesto visualmente películas como Amor en venta (1931) o Berlín Express (1948).

El realizador Sidney Lumet posa con el reparto de lujo de “Asesinato en el Orient Express” (1974)

Por la cotidianidad de su uso y enormes posibilidades, así como por su pluralidad de resonancias y significados (desde transporte, a técnica y mecánica, pasando por velocidad y precisión, o viaje, destino y huida...) podemos concluir que el tren es uno de los más grandes y principales dramatis personae de la historia del cine. Basta hacer un poco de memoria para recordar a Buster Keaton en El maquinista de la general (1926), o a los hermanos Marx encaramados a una locomotora reclamando “¡Más madera!”, de la misma forma que es prácticamente imposible pensar en la obra de determinados géneros, como el Western, filmografías nacionales, como la británica, o directores, sin que se nos aparezca el tren como telón de fondo, como ocurre con el Hitchcock de Alarma en el expreso (1938), La sombra de una duda (1943) o Extraños en un tren (1951).

Además, el universo que abarca el ferrocarril no se limita al estrecho y cerrado escenario que ocupa el propio tren (respecto del cual el metro constituiría su variable urbana), sino que se extiende, y en su entorno nos encontramos con lugares tan cinematográficos como las estaciones, las consignas, las salas de espera, y anudados a estos, situaciones de alto voltaje sentimental como despedidas, separaciones, reencuentros, accidentes, robos, romances, etc.

La relación de películas que se nutren de estos motivos resulta inagotable, desde las estaciones, como Union Station (1950) o Gare du nord (2013), a los numerosísimos trenes asaltados, Misión imposible (1996) o 15:17, Tren a París (2018), pasando por lugares para el romance, Breve encuentro (1945) o Antes del amanecer (1995), y también para el drama y la muerte: Trenes rigurosamente vigilados (1966) o El tren del infierno (1985).

En definitiva, el tren ha sido un instrumento innegable en el desarrollo del transporte, así como de la civilización, pero por esto mismo, en ocasiones, también de la barbarie que ésta trae consigo, como lo fue para los EEUU en la 'Conquista del Oeste', o su funesto papel en la destrucción de los judíos de Europa a manos de los Nazis, tal y como nos recuerda Claude Lanzmann en Shoah (1985). Así, por mucho que hoy vivamos la época dorada de la velocidad y de los viajes en avión, quizás por su ambivalencia, el tren ha sabido mantener su estatus cinematográfico de forma que no deja de actualizarse y resignificarse, incluso como metáfora perfecta de la sociedad misma, tal y como se refleja en la despiadada distopía Rompenieves (Bong Joon-Ho, 2013).