Vuelve la Semana de Cine Coreano a Las Palmas de Gran Canaria. Organizada por el Consulado de la República de Corea, en colaboración con la Asociación de cine Vértigo, la edición de 2025 se celebrará, entre el 11 y el 14 de noviembre, en el Museo Elder de la Ciencia y la Tecnología. Las proyecciones, tendrán lugar cada día a las 19:00 horas, con entrada gratuita.

Este año, la Semana de cine coreano exhibe cuatro films que, aunque no sean homogéneos, reflejan una sensibilidad compartida y se inscriben en una corriente del cine coreano contemporáneo que tiende a la exploración de los sujetos periféricos, al desmontaje crítico de las estructuras tradicionales y a la recuperación de voces silenciadas por la Historia.

La expansión sufrida por el cine coreano en las últimas décadas ha favorecido el surgimiento de películas que interrogan críticamente las estructuras sociales, culturales e históricas de Corea del Sur. En este contexto, películas como las que proyectamos constituyen una muestra representativa de un cine que no aspira a arrollar en la taquilla, sino a desarrollar una poética de la subjetividad, e incluso de la marginalidad (quizás una de las claves de su actual éxito internacional). A pesar de sus grandes diferencias genéricas -comedia dramática, biopic histórico, cine infantil y drama histórico-filosófico-, las cuatro obras coinciden en mostrar sujetos desplazados, o silenciados, de explorar la fragilidad del lenguaje y de reconfigurar la noción de comunidad desde lo afectivo y lo ético. Los tres directores son muy diferentes entre sí, pero en este caso comparten una orientación hacia temáticas sociales y humanistas. Lee Joon-ik, el más veterano de los tres, tiene una obra más centrada en la reinterpretación del pasado nacional, alejándose aquí del melodrama histórico convencional, y dejándose atravesar por la poesía, el pensamiento filosófico y la resistencia cultural frente al poder colonial o autoritario.

En cambio, Kim Tae-gon, representa un espacio entre lo comercial y la independencia. Familyhood emplea el humor y la sátira como estrategias para problematizar modelos contemporáneos de feminidad, maternidad y éxito social, reflexionando sobre el conflicto entre imagen pública y vida íntima, en un entorno mediático donde la autenticidad cada vez es más imposible. Finalmente, la primera película de Kim Jin-yu, Bori, es una propuesta de cine independiente centrada en la infancia y la discapacidad, con un enfoque que busca visibilizar identidades no normativas a través de un relato minimalista y sensitivo.

Podríamos decir que las cuatro películas representan sujetos situados en los márgenes: niños que no se reconocen en su entorno, mujeres que desafían las expectativas sociales, intelectuales perseguidos, figuras históricas excluidas del canon. Esta centralidad de la otredad responde a una tendencia estructural del cine coreano contemporáneo, preocupada por interrogar los dispositivos de exclusión que operan en las esferas del lenguaje, la familia, la nación o la Historia. En concreto, la cuestión del lenguaje es particularmente significativa. Tanto en Dongju como en The Book of Fish, el lenguaje escrito aparece como una forma de resistencia simbólica frente al colonialismo o la censura, como un instrumento de construcción subjetiva y transmisión cultural. En Bori, por el contrario, la clave es la ausencia del lenguaje oral, cuestionando la primacía del habla en la constitución de la identidad, y proponiendo una apertura hacia otras formas de habitar (y hablar) el mundo.

En Familyhood es menos evidente, pero también se plantea un conflicto en el terreno del lenguaje, o más bien, en este caso, del discurso público, pues la protagonista debe romper con él y encontrar una expresión más auténtica de sí misma. En todos los casos, el lenguaje aparece como lugar de disputa: lo que se dice, lo que se silencia, lo que no se puede expresar, adquiere dimensión política y emocional.

Las cuatro películas nos revelan un cine preocupado por las condiciones de los ciudadanos vulnerables, pero sin caer en la victimización o en el sentimentalismo más ramplón, estos filmes plantean una ética de la mirada, que buscaría comprender sin juzgar, representar sin idealizar. Podríamos decir que, con sus diferencias, se insertan en una corriente cada vez más visible del cine coreano contemporáneo que, desde los márgenes del sistema industrial, contribuye a repensar las nociones de identidad, historia y comunidad en una Corea del Sur en constante transformación.